Tu vida es una aventura, ¡actívala!


Este es el título que determinaba el tema sobre el que teníamos que escribir en la fase provincial del 45º Concurso de Redacción Nacional para Jóvenes Talentos de Coca-Cola al cual me presenté en 2005 con 14 años cuando cursaba 2º de la ESO.

Recuerdo que mi escrito trataba más o menos sobre un explorador que con su mochila, su linterna y su cuerda se lanzaba a la trepidante aventura que es la vida en la que debía sortear y superar obstáculos en ocasiones, como oscuras cuevas o escarpadas montañas, encontrando a nuevos exploradores en el camino o dejando a otros atrás porque ya no podían o no querían continuar junto a él.

Puedes encontrar información sobre este concurso o leer los relatos ganadores en el enlace de la Fundación Coca-Cola que aquí te facilito.

Sin embargo, este no es el motivo por el cual escribo esta entrada en mi blog. Sino porque le he encontrado un nuevo sentido al título, más profundo, más directo, más literal, y quería compartirlo porque desde que se inició la pandemia, y más concretamente, en estas últimas semanas que me he visto envuelta en un estado de malestar personal e incertidumbre, me he dado cuenta de que parece ser que muchas personas hemos perdido la capacidad de «controlar nuestras acciones y pensamientos», de gestionar nuestras emociones, de «activar nuestra vida», como si la pandemia, además de «quitarnos la libertad» o la capacidad para demostrar cariño a nuestros familiares o amigos por el distanciamiento social, entre otros, hubiera desactivado un interruptor en nosotros que nos mantiene en un estado inactivo, raro, incómodo, diferente, ajeno… haciendo que todo empeorara un poquito más desde su estado anterior, es decir, el que estaba perfecto, ha empezado a encontrarse algo peor; el que estaba peor, ha empezado a tener problemas más serios; y el que tenía problemas más serios, ahora esté en un estado mucho más preocupante. O quizá la pandemia no haya sido el factor causante para todos, y este sea otro, pero el resultado es el mismo.

Veo falta de energía o de ganas para hacer cosas que hemos dejado de hacer por las restricciones de la Covid19, veo impotencia y frustración por no poder solucionar un problema que se escapa de nuestras manos, veo dificultad o negación para adaptarse a una nueva situación, y veo miedo para asumir que puede ser que necesitemos ayuda, que nuestra linterna ha dejado de funcionar, que nuestras cuerdas se han partido y ya no sirven para ascender y descender montañas, y que necesitamos la ayuda de otro explorador para que nos guíe y poder continuar el camino hasta que consigamos una linterna y cuerdas nuevas.

¿Pero qué tiene que ver el título con ésto? ¿No os ha pasado que cuando estáis el fin de semana sin hacer nada de nada, el lunes estáis mucho más cansados, hechos polvo, como si os hubieran dado una paliza… que si hubierais estado haciendo cosas y simplemente hubierais estado cansados por la pérdida de energía al haber hecho esas cosas? Entonces, ¿podemos pensar que el hacer actividades hace que estemos menos cansados y que nos sintamos mejor físicamente, y consecuentemente, mentalmente? Al parecer, eso es así, al contrario de lo que se podría creer.

Pues entonces, la solución es fácil ¿no? «¡A hacer cosas!» como dice Ángel Martín al finalizar sus informativos matinales para ahorrar tiempo. Pero, en realidad creo que no lo es tanto, pues para hacer cosas necesitamos sentirnos motivados. Y si no hay motivación no hacemos cosas. Y volvemos al punto inicial, e incluso a sentirnos peor porque no hemos hecho aquello que pretendíamos hacer y nos sentimos culpables.

Al parecer, cuando no hay motivación, hay que buscarla. Es como cuando nos dejamos olvidada la mochila en el restaurante al que hemos ido a comer y nos damos cuenta volviendo a casa; no podemos pretender que la mochila vuelva a nosotros sin más y esperar parados en un punto del camino hasta que lo haga, sino que deberemos regresar nosotros mismos a por ella.

Aunque no entiendo mucho, y desde luego, la psicología no es el campo de la salud al que me dedico, y por ello pido disculpas si en esta publicación digo algo erróneo (por favor, informadme si es así), la terapia de activación conductual es un modelo de intervención psicológica que trata la modificación de las conductas para lo cual pone en marcha actividades agradables para mejorar el bajo estado de ánimo, que generalmente se debe a un estado de inactividad, el cual, a su vez, intensifica el bajo estado de ánimo, provocando así un círculo vicioso. El objetivo es encontrar actividades agradables para la persona y cosas que le hagan disfrutar el día a día (reforzadores positivos) para activarla, animarla a actuar a pesar de tener un bajo estado de ánimo como paso previo para dejar de tenerlo.

Decidí pararme a descansar en el camino, pues la fatiga estaba dificultando mi avance. Además, la luz de mi linterna comenzaba a fallar y dudaba que mis cuerdas estuvieran en buen estado. Finalmente me atreví a preguntarle a un explorador que estaba cerca, quien aceptó guiarme con sus conocimientos. Le seguí.

Quizá la reflexión que me ofreció, una de tantas, y a la que ahora le doy forma, te sirva a ti como lo ha hecho conmigo; quizá tu equipo se encuentre en perfecto estado; o quizá todavía estés tratando de encontrar o reponer las energías necesarias para salir a buscar a otro explorador que te ayude a reparar tus cuerdas y a encontrar unas pilas nuevas para tu linterna. Para ti, entonces, dedico especialmente estas líneas, porque no hace tanto, yo estaba como tú, necesitaba activar mi vida.

Por ello, al título «La vida es una aventura, ¡actívala!» le añadiría finales como «está en tus manos», «será difícil, pero puedes hacerlo», «te sentirás mejor».


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