¡Taxi! ¿Taxi…?


El fin de semana pasado, aprovechando los días festivos de Semana Santa, nos escapamos a Barcelona. La intención no era hacer turismo, sino más bien descansar, cambiar de aires y encontrarnos con amigos, aunque también habíamos barajado la posibilidad de visitar algún punto turístico de la ciudad.

Barcelona, segunda ciudad más poblada de España, con gran ambiente creativo e innovador. Ciudad de contrastes. Lugar de gran patrimonio cultural, cuna de importantes artistas, capital del modernismo. Ciudad de playa y montaña, de monumentos, de jardines y parques, de amplia oferta cultural y de ocio, de destacada gastronomía y de buen clima. La ciudad de la moda y la música, la industria, el comercio y los negocios. Y sobre todo, una ciudad que apuesta por la accesibilidad.

El viernes, con intención de no perder tiempo y excusándonos con la norma de «en vacaciones se puede permitir una excepción», al bajar del tren comimos en el McDonals, restaurante de rescate que se encuentra en la misma estación de Sants. ¡Viva la carne de origen desconocido que se escapa lentamente entre los panes, los dedos llenos del kepchup de las patatas y los ojos lagrimeantes del gas excesivo de las bebidas!

Y la verdad, cumplimos el objetivo que traíamos en mente, ya que descansamos, paseamos, quedamos con amigos y comimos en diferentes establecimientos en los que pude, por fin, probar los famosos calsots entre otros platos y acompañar las tapas con el conocido pa amb tomaca.

Sin embargo, me gustaría centrar el tema del post en una reflexión a raíz de una situación que vivimos Eric y yo cuando nos dirigíamos a casa de unos amigos el domingo a comer: muchas personas alaban nuestra capacidad de movilidad y orientación y nuestras ganas a la hora de querer hacerlo, pero nos imponen ellos mismos las dificultades por ir acompañados de perro guía y ser ciegos. Paradójico: el perro guía que tanto nos ayuda en nuestros desplazamientos y nos ofrece tanta movilidad, por el hecho de ser perro (lo de guía pasa a ser secundario) nos cierra, a su vez, muchas opciones.

Me explico. Tras asegurarnos del transporte que debíamos coger y dónde debíamos realizar el trasbordo nos dirigimos sobre las 11:00h de la mañana a la parada del autobús. Tardamos más de lo habitual en llegar porque creíamos que la parada del bus que queríamos coger estaba en un punto y resultó que estaba «muchos metros más allá», en la otra dirección. La paciencia es una cualidad importante.

Diría que, como la buena suerte pocas veces está de nuestra parte, el número que queríamos cerró las puertas cuando nosotros llegábamos a la marquesina, ya que el siguiente tardó bastante tiempo en llegar. De todas formas, ni lo puedo asegurar, ni pudimos correr a lo loco para llegar hasta la puerta del autobús y preguntarle si era el que nos interesaba antes de que se marchara.

Una vez montados le preguntamos al conductor en qué parada debíamos bajarnos para ir al Paseo de Gracia. Quiero pensar que lo que sucedió fue una confusión, porque el conductor nos indicó que bajáramos en otra parada que no era la que nos marcaba la aplicación del móvil. Decidimos no hacerle caso y bajarnos en la que el móvil indicaba, pero la megafonía del autobús funcionaba mal y al final, después de tantas paradas, dedujimos que nos habíamos pasado. Preguntamos, y efectivamente.

Nos apeamos en la siguiente parada y gracias, nuevamente, al móvil, pudimos conocer nuestra ubicación para solicitar un taxi mediante la aplicación de My Taxi, pues ya íbamos con retraso y encontrar nuevamente la parada del bus iba a ser una complicación. Quien dice uno, dice dos, o tres, o cuatro… o cinco. Cinco taxis tuvimos que solicitar para poder llegar a nuestro destino.

Lo resumo: pedimos taxi, aceptan, esperamos 10 minutos, la aplicación avisa que llega en breve, se cancela el taxi; pido otro taxi, aceptan, esperamos otros 10 minutos, la aplicación avisa que llega en breve, se cancela otra vez; y la historia se repite dos veces más. Al final decidimos llamar a un teléfono de RadioTaxi que resulta que trabaja con el servicio de My Taxi e informamos que nos han cancelado cuatro taxis y que vamos con dos perros guía. Nos aceptan la carrera y conseguimos montarnos en uno.

Nuevamente quiero pensar que las personas siempre tienen buena intención, porque estuvimos más de 50 minutos circulando por las mismas calles para llegar a un punto, que según Google Maps estaba a menos de 10 minutos y cuyo recorrido no debía costar más de 10 euros, y según el taxista estaba perdido porque su propio Google Maps no le estaba indicando bien y aunque supuestamente miraba la guía, seguía comentando que la calle tenía que estar por donde estábamos yendo. Pasamos varias veces por las mismas calles, como si estuviéramos siempre dando vueltas a un grupo de manzanas. Finalmente activé mi Google Maps (el cual daba las mismas indicaciones que su Google Maps) y al poco tiempo llegamos, aunque con enfrentamiento final con el taxista porque no había parado el taxímetro todo aquel tiempo.

De todo ello me gustaría extraer los siguientes puntos:

  1. Los ciegos no elegimos ser ciegos. Puesto que en numerosos casos no hay posibilidad de ver, decidimos aceptar la ceguera y hacer vida normal.
  2. Puesto que decidimos hacer vida normal, aprendemos a utilizar el bastón para desplazarnos, y posteriormente y según las circunstancias de cada uno, solicitamos el perro guía, ya que supone una «herramienta» de movilidad de mayor ayuda.
  3. El perro guía, como indica su nombre, guía a la persona evitando obstáculos y encontrando las referencias que el usuario le solicita para avanzar en un recorrido y ayudarle así en los desplazamientos de su vida diaria.
  4. Los ciegos en su vida diaria y normal trabajan, van al médico, se toman cervezas en el bar (después del médico) y acuden a la clase de yoga de las 20:30.
  5. Por lo tanto, el ciego necesita a su perro guía para hacer todo ello. No es una mascota que se deje en casa cada vez que vamos a algún sitio, sino que es una ayuda para llegar a ese sitio. No es un perro que puedas dejar aparcado en el Parking del centro comercial mientras entras a comprar un televisor, porque te ayuda a moverte por el edificio y llegar a la tienda. No es un capricho, porque con el bastón somos capaces de movernos, pero con el perro guía somos capaces de más.

¿Lo entiendes?

¿Seguro?

En España se redactó la ley de acceso de los perros guía a los espacios y medios de transporte de uso público. Si no existiera, tendríamos el acceso vetado a todo establecimiento o transporte público, porque es más fácil negarle la entrada a un perro guía que pueda causar quejas del resto de personas, que enfrentarse a ellas en defensa de la igualdad de posibilidades y oportunidades. Y eso supondría un retraso en la sociedad. Lo llaman discriminación.

Así que entiendo que un taxista se moleste porque entre con mi perro guía a su coche y luego tenga que retirar los pelos que hayan quedado pegados, pero quizá a la próxima vomite como los insensatos que beben sin límite por las noches y vuelven a casa en taxi sin que le hayan cancelado 4 o 5 antes de montarse en uno. Así podrá decidir qué le molesta más.


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